La ribera de Alfaro ha sido uno de los pocos lugares de La Rioja donde los bosques fluviales han conseguido mantener unas aceptables condiciones naturales después de las múltiples transformaciones a las que les ha sometido la acción del hombre.
En otros tiempos, los bosques fluviales cubrían la vega del Ebro, una de las más fértiles de Europa. Pero los bosques fueron talados y aclarados, y sus ricos suelos de aluvión se convirtieron en preciados terrenos agrícolas; se extrajeron gravas, se canalizaron los ríos, se construyeron defensas, se plantaron chopos...
La silvestre ribera del Ebro se transformó enseguida en vergel humanizado, aunque en algunos escasos lugares estos valiosos ecosistemas lograron resistir o evitar el embite de la acción humana convirtiéndose hoy en excepcionales enclaves, los sotos , que nos permiten imaginar cómo eran la vida y el paisaje que se formaban en torno al río.
En La Rioja, aguas abajo de Logroño, el Ebro dispone de una amplia llanura aluvial. Su cauce se vuelve divagante y su trazado sinuoso. En el tramo de Alfaro, el río configura un paisaje de cambiantes meandros, islas, "madres" o brazos de agua surgidos de antiguos meandros abandonados, playas, canales de inundación...
Los sotos se desarrollan en este dinámico medio, arboledas que hunden sus raíces en el lecho de inundación del río. Aunque antes estos bosques de ribera llegaron a ocupar toda la llanura de inundación que el Ebro fue dejando en La Rioja Baja, ahora apenas ocupan un 4,5% de su superficie, restringiéndose a una extensión de 838,7 hectáreas.
De ahí la gran importancia de los sotos alfareños, no sólo por su carácter de reductos privilegiados para la vida silvestre , sino por ser uno de los escasos lugares de La Rioja donde los bosques de ribera conservan un parecido con el pasado; motivos más que suficientes para que este pequeño oasis se haya convertido en el segundo espacio natural protegido de La Rioja, después del Parque de la Sierra de Cebollera.