Programa de mayo (pdf.377 Kb)
EUROPA
El azar y el cine.
Dicen que fue una casualidad la que provocó que Carol Reed conociera la cítara de Anton Karas. Se quedó prendado de ella y nosotros nos quedamos prendados de su Tercer Hombre. El azar influye en el arte tanto como en la vida. Por azar, leemos; por azar, escuchamos música; por azar, vamos al Ciclo de Cine Europeo. "¿Qué nos pondrán este año?", preguntamos confiando en el azar. Y el azar, imprevisible, caótico siempre, nos trae al Julio César de Shakespeare en las voces desgarradas de unos presos. ¡Ay, cómo admiramos a los veteranos Hermanos Taviani por envejecer tan sabiamente, sin cinismo, con compromiso hacia esos seres marginales que claman con rabia una oportunidad de redención! Sus películas, bienvenidas sean, son un refugio contra la banalidad contemporánea. Las necesitamos, como necesitamos, en una esfera más espiritual, los cuadros de Brueghel el Viejo, ahora llevados a la pantalla a través de una propuesta tan bella como hipnótica. El molino y la cruz prende la mirada pictórica del espectador en un arrebato de sorpresa propio de un nickelodeon. El azar, ya ven, convierte al teatro en cine, a la pintura, en cine, y también, a la melancolía, en cine. ¿Cómo se filma un estado de ánimo tan etéreo? Los portugueses, que inventaron a Pessoa para hacer llevaderos los días de niebla, ofrecen la respuesta en Tabú, una historia colonial, con ecos de paraísos perdidos a lo Murnau. El azar te traslada muchas veces a paisajes remotos. Los anhelamos en estos tiempos de crisis. Los jóvenes emigran y no saben en qué puerto arribarán. Ojalá el azar, tan frágil, los lleve a la famosa Escuela de Cine Polaca de Lodz. En sus aulas se formó Polanski. Nosotros nos formamos viendo sus turbadoras películas y ahora, bendita casualidad, seguimos la estela de sus discípulos. Igual de talentosos y corrosivos que su maestro. Sus filmes muestran la cara oculta de su país, la de las venganzas bélicas, la de los sentimientos familiares traicionados. El voluble azar guía los designios del dolor y también, cómo no, los del amor. Como la romántica historia que nos cuenta la tierna pareja francesa de Un amor de juventud, amantes primaverales resucitando el espíritu libre y hedonista de la ‘nouvelle vague’. O como la intensa relación que viven los protagonistas de La pequeña Venecia, un título hermoso para una película hermosa, un Romeo y Julieta atípico, una unión casual, casi imposible, de dos seres frontalmente antagónicos, que se quieren a pesar de los pesares. ¿Se dan cuenta?, ¿lo perciben?, hay tanto azar en este ciclo que solo nos falta que el músico callejero de las cien tiendas cambie el acordeón por una cítara. A la salida del cine, acabaremos todos tarareando la célebre melodía del Tercer Hombre.
J.M. Lander, profesor de cine de la UPL.