23 de septiembre de 2009

Una de las preguntas que se me hacen con más frecuencia es sobre los alimentos light, versiones
modificadas de productos tradicionales y que se ofertan bajo el escudo de que ayudan a perder peso o
que son productos más sanos. Muchas personas hacen esfuerzos por comprarlos (porque tienen un
sobre precio), pensando en que se adquiere un beneficio adicional, un producto con mayores y mejores
propiedades y beneficios de salud y con un aporte energético menor. De hecho se infiere que los alimentos light ayudan a bajar de
peso o por lo menos no contribuyen a subirlo.
Aunque sí es cierto que la mayor parte de las veces los alimentos light tienen un menor aporte energético, esto no es totalmente veraz
para el 100% de los productos ofertados en dicha categoría. Según nuestra legislación (NOM 086 SSA 1994), para que un alimento se
pueda comercializar como bajo en grasa, azúcar o colesterol se deben de reducir dichos ingredientes en un 25%. Para comercializar
un producto como bajo en calorías es necesario que el mismo no pase de 40 calorías por porción y curiosamente, para que un
alimento sea clasificado como “sin calorías” su porte deberá ser menor a 5 Kcal por porción.
En el caso del sodio, un producto light quiere decir que se le aplicó una reducción de 50% del aporte total de sodio, sin que esto
quiera decir que su aporte energético haya variado.
La legislación no es sencilla de realizar porque cada producto tiene una composición distinta y una formulación única. Y sin embargo,
esta NOM sí que deja lugar a algunas dudas. En primer lugar, puede suceder que un alimento al que se le ha reducido un ingrediente,
por ejemplo la grasa, y que por lo mismo pueda ser comercializado como bajo en grasa, se le agreguen harinas, almidones u otras
sustancias para espesarlo. Entonces el producto puede tener casi el mismo aporte energético y ser una fuente de almidones,
nutrimentos que en la formulación original no tenía. Muy reducido en grasa, pero con un aporte energético casi idéntico y con mayor
proporción de hidratos de carbono.
Esto sucede, por ejemplo, mucho en la industria de los yogurts. Muchas veces los que son de bajo aporte de grasa tienen más azúcar
(o edulcorante artificial); y por el contrario los bajos en azúcar tienden a ser más grasosos. De alguna manera, se tiene que lograr un
sabor y textura parecidos al original, que sean bien recibidos por el consumidor.
Otro problema es la forma en la que nosotros, los consumidores, usamos los productos “light”. Existe evidencia que demuestra que
muchas veces cuando consumimos un producto que percibimos como de más bajo aporte energético pedimos (nos servimos) una
porción mayor. Sucede también que cuando consumimos un producto de aporte energético menor, nos “permitimos” comer un
poquitín más de otra cosa. Es el típico caso de quien toma un refresco light como acompañante de 5 o 6 taquitos de carne. Tal vez si
hubiera optado por un agua fresca de jamaica le hubieran bastado (psicológica y emocionalmente) un par de taquitos menos. O cómo
cuando uno toma un Capuchino helado “light” y se permite la ración mediana porque “al fin es light”. Ni nos detenemos a pensar en el
tipo de reducción que se le aplicó al producto en su aporte energético ni en si la porción es adecuada a nosotros por nuestra dieta,
nivel de actividad física, peso, talla y composición corporal. Simplemente nos dejamos llevar por la palabra “light”….
Por último vale la pena hacer hincapié en lo siguiente. Las reducciones que la NOM exige para poder comercializar un producto son
siempre con respecto a sí mismos. Si una empresa comercializa un producto en una porción gigante, de un aporte energético muy alto
y uno de grasa enorme, pero lo reduce en un 25% ya lo puede comercializar como bajo en grasa. Esta reducción es con respecto a sí
mismo y no es obligatorio comprarlos con otros alimentos de la misma categoría ni relacionar al alimento con la dieta del sujeto, en el
contexto de su vida, como sugieren siempre los expertos en nutrición.
Por eso es que vale la pena leer etiquetas, entenderlas y analizarlas. Tomar decisiones de compra y elección conscientes y que nos
permitan insertar al alimento, light o versión normal, en el contexto de nuestra dieta y de acuerdo a nuestras necesidades personales.
La próxima semana en esta columna le brindaremos algunos consejos prácticos para leer etiquetas y elegir algunas categorías de
alimentos. Mientras tanto, no se confíe. Ni todo lo “light” es necesariamente más bajo en energía, ni tampoco es la mejor
opción…. sin embargo, en la porción adecuada para cada persona, e insertado en una dieta correcta y consumido con moderación
podría ser una buena opción!