Programa de julio (pdf. 497 Kb)
Sin duda alguna, si algo caracteriza a la cinematografía española es su diversidad, vengan como vengan dadas. En años de poca o de mucha producción, o incluso en años en que parece que el cine español se acaba. Y ya lo ha parecido más de una vez. Pero no, no se acaba. Como la noche con que se inicia el presente ciclo. La noche del cine y de su espectador. Repásese el listado que compone esta "última hora" (2010-2012), nutrido por ocho propuestas radicalmente distintas entre sí. Trazan entre todas ellas un arco estético complejo, estimulante, polifacético y transgeneracional. Las ocho aportan puntos de vista, perspectivas y estéticas disímiles sobre nuestra sociedad, nuestra historia, nuestro presente: sobre nosotros. También sobre la propia experiencia del cine (caso de La noche que no acaba o Madrid, 1987). Las ocho, cada cual a su manera, demuestran una originalidad estilística, narrativa, temática y expresiva absolutamente formidables, una libertad insobornable, un dominio extraordinario de los recursos, soportes, formatos y materiales puramente cinematográficos y una clara voluntad de no abandonar jamás el ejercicio de la filmación de la vida. No hay prácticamente dos películas de este ciclo que se parezcan. Prácticamente podrían pertenecer a ocho cinematografías distintas, muy distintas podría decirse. La suma de las ocho dibuja un panorama, una pantalla, en la que se reflejan todos los modos actuales de la –digamos- ‘práctica cinematográfica’, término que, no obstante, parecería envejecido frente a las nuevas formas de registro, edición, reproducción y mercado que priman en el audiovisual de la era digital, formas en las que están inscritas las ocho películas. Presupuestos pequeños o ajustados, equipos pequeños o mínimos, una distribución limitada, rodajes digitales. Pero una inventiva, un riesgo, una mirada, una actualidad, una franqueza, una juventud y un conocimiento de la realidad que como espectadores y como españoles nos es imprescindible.